martes, 30 de enero de 2018

(sexualmente) libres


Esta noche os escribo a todas vosotras, a corazón abierto, con el puño mordido y llamas en los ojos. Por inspirarme, por abrazarme, darme luz y acompañarme.

Hace unos días compartía en mis historias de Instagram cómo un hombre me acosó en un autobús. Cómo mis sentimientos iban cambiando hasta desembocar en un pánico que me impidió ni siquiera levantar la voz. Mi instinto de supervivencia solo me permitió pensar en cómo saldría del polígono en el que se encontraba la estación sana y salva.  Lo conté cuando ya había conseguido alejarme de él  y había localizado a alguien para que viniera a recogerme. A mi, una adulta de 24 años. Esa fue una de las sensaciones posteriores, la indignación.

Pasados unos días, y gracias a todas las conversaciones que he tenido con las personas que me escribieron, he podido reparar en unos hechos que tienen más relevancia de la que yo misma creía. En primer lugar, la capacidad de resignación que tuve para quedarme en el mismo sitio hasta que fui consciente del peligro que corría; y en segundo, la preocupante incapacidad para pedir ayuda dentro de un autobús lleno de gente. Cuando se fue el miedo vino otro peor, el terror de no haber sido capaz de reaccionar.

Cuando lo escribí, empezaron a llegarme mensajes de amigas y conocidas compartiendo historias, indignación y rabia. A todas las habían acosado alguna vez, de algunas habían intentado abusar y a otras lo consiguieron. Entonces sentí un choque de emociones que avanzaban a todo trapo desde el más profundo dolor hasta una agradable sensación de calidez que procedía de sus brazos. Todas estábamos incompletas, pero nos sentí una. Esa paz en medio de mi guerra me dio la serenidad para reflexionar fríamente sobre el tema y lo menos que podía hacer era devolvérselo.


Desde el principio de los tiempos las mujeres hemos sido una moneda de cambio, nos han violado, golpeado y asesinado. Han utilizado nuestro cuerpo sin permiso y durante mucho tiempo nos hicieron creer que ni siquiera era nuestro. Hoy todavía quedan restos de esa herencia en las raíces de nuestra conciencia cultural, en nuestras religiones, y en el sistema que nos rige. A pesar de ello nos sentimos sexualmente libres, pero lo cierto es que nunca nos explicaron ni si quiera lo que eso significa. Todo lo que sabemos lo hemos aprendido de la televisión o el porno, y no sé cuál de las dos fuentes es más preocupante.


Todas memorizamos los órganos reproductivos pero ninguna de nosotras recibió algún tipo de educación sexual y afectiva. Y claro, de aquellos barros, estos lodos. Igual si nos sentásemos a hablar con nuestros hijos sobre lo que significa el sexo, el placer, la empatía y el respeto, establecerían relaciones más sanas y positivas. Igual así nuestras víctimas identificarían una situación de acoso y sabrían defenderse, los presentes sabrían intervenir, y los acosadores se lo pensarían dos veces. Igual si dejásemos de normalizar el miedo en las mujeres algún día podremos viajar con amigas sin acusarnos de que lo estamos haciendo “solas”. Igual así hacemos niñas seguras y mujeres fuertes. 

Igual así algún día consigamos ser libres.  







domingo, 1 de octubre de 2017

1 de Octubre


Hoy, que pretendía morderme la lengua y vivir la angustia que me provoca esta situación en silencio me he levantado viendo como en mi país se sigue combatiendo la democracia a golpe de porra y patadas. Hoy voy a expresar lo que siento, sin reparar en la estrategia política de uno u otro bando y ni siquiera en lo que significa hoy pertenecer a uno. Simplemente quiero contar lo que siento.

Yo, que admito mi propia incoherencia y la asumo como parte fundamental para valorar cualquier debate que me enriquezca y me haga cambiar de opinión o disuadirme las dudas y aferrarme a mis propias ideas. Yo, que nunca he creído en banderas y sin embargo defendería aquella por la que luchó mi abuelo. Yo, que siendo española os pediría que no nos dejaseis, probablemente sería independentista en la otra parte del país. Frente a cualquier duda o cualquier incoherencia de mi opinión en este escenario sí encuentro luz en algunas acciones que rechazo con fuerza desde lo más profundo de mi ser. Me revientan el pecho  las imágenes de la Guardia Civil persiguiendo papeletas y urnas,  de las cargas policiales contra la población que pide democracia, las de manifestantes portando la bandera nacional, cantando el Cara al Sol, recordando tiempos de sangre y miseria, y en definitiva, riéndose de nuestros muertos.

A esto sumo la irresponsabilidad política para resolver el conflicto, a la incapacidad de dialogo, a la ineptitud de nuestros representantes que se han dedicado a echar gasolina a unas llamas pensando que nunca arderían.

Si hoy fuera catalana respondería a los argumentos de ilegalidad defendiendo que ninguno de los derechos que hoy tenemos fueron legales siempre. A los que ponen la Constitución como referencia les recordaría  el Art104 CE. Las Fuerzas y Cuerpos de seguridad, bajo la dependencia del Gobierno, tendrán como misión proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana.

Siendo española os pediría que os quedarais, que nos ayudarais a derribar las respuestas totalitaristas, a superar el fascismo, a vencer el miedo. Os diría que España os necesita, no en términos económicos, sino en términos morales. Os necesitamos como ejemplo de ciudad libre, abierta y plural, ciudad de acogida, de abrigo, de inspiración y arte.

Y siendo yo, desde la incoherencia de sentirme del mundo y de ninguna parte, os diría que si hoy me dieran la oportunidad de constituir mi país de cero, de construir la realidad que quiero, de proteger mi historia y elegir el futuro de mis hijos, me aferraría a ella. Asumiendo la ilusión de que no será tan fácil, de que quedarán heridas, pero sintiendo que es la única solución de salvar la dignidad de aquello en lo que creo.


Y aun así, os pido que os quedéis. 





miércoles, 11 de mayo de 2016

IMPA(H)RABLES



Las claves de la revolución (El documental). Esa es la primera línea y titulo que escribía antes de adentrarme en esta aventura. Con ella buscaba encontrar justamente eso, los elementos que permiten que una persona renuncie a la comodidad que le brinda una posición de pasividad y decida movilizarse por el bien común. Eso que llamamos empoderamiento y que no acaba de quedarnos del todo claro. Para ello era necesario una documentación previa, unos análisis de casos y una aproximación al tema. Sin embargo, después de pasar unos días en Madrid y en Barcelona puedo decir que más que una aproximación ha sido una inmersión total. Y a pesar de la fascinación que me ha provocado entrevistar a mentes brillantes de académicos ejemplares, las más impactantes han sido ellas. Las mujeres de la PAH.

Si tuviera que definir en una palabra qué es la PAH diría familia. Y más tarde llegarán los análisis sociológicos y comunicativos que se mostraran en el documental, pero hoy solo me sale hablar desde dentro. Desde lo más simple que es a la vez lo más profundo. Compartir una asamblea de la plataforma es a todas luces una lección de humanidad, una lección de compromiso, de lucha, pero sobre todo una lección de cariño.

Yo partía mi proyecto buscando las claves comunicativas que llevan al empoderamiento ciudadano, y sin embargo cuando lo ves de cerca te das cuenta que las palabras se quedan cortas. Porque la empatía en siete letras no puede decir el valor de un abrazo, las miradas de complicidad, los aplausos y las palmadas de “no estás sola”. Y de la misma forma en la que una vivienda no es solo algo material, sino un hogar, una asamblea no es solo una manera de comunicarse sino una forma de sentirse.

La fortaleza de estas personas está en la unión, que impulsa la valentía y mientras lo gritan se convencen de que sí se puede. Y joder que si se puede. Estas mujeres son la prueba viviente de que no hay nada más grande que la lucha colectiva, ni un gobierno, ni un banco, ni una ley. Y nos enseñan otras formas de lucha, a lo Emma Goldman “si no puedo bailar, no es mi revolución” y cantan, y se aplauden, y se ríen. Y se abrazan y se quieren.

El espacio se convierte en una burbuja de emociones, en la que todas tienen cabida pero lo más importante es saber canalizarlas. Desde la rabia, la vergüenza y la depresión, se abre un espacio de confianza en el que la propia comunicación entre ellas ya las empodera.

Sin embargo hay algo más que salta a la vista, la materialización más evidente de que los roles de
género están muy  presentes. En la PAH apenas hay hombres, su presencia es minúscula y este hecho nos habla de muchas cosas. Principalmente lo que refleja es que la concepción de responsabilidad familiar sigue cayendo en el hombre. Cabeza de familia que se siente fracasado al ser incapaz de hacer frente al problema que se le viene encima, y cuyos sentimientos de vergüenza y culpabilidad le impiden acudir a las asambleas en busca de ayuda.


Por el contrario, las mujeres, liberadas de los convencionalismos que coartan la expresión masculina de sentimientos, alzan la voz y se atreven a llorar, a pedir ayuda, a tomar conciencia y a salir finalmente a luchar contra todo un sistema, tal y como hemos repetido mil veces por mi y por todos mis compañeros. 



martes, 12 de abril de 2016

Postureo posmoderno


Llevo mucho tiempo reflexionando sobre el efecto que tienen las redes sociales en mi entorno, en mi misma. Y más allá de la inflación de narices que me produce intentar mantener una conversación con una persona que está mirando una pantalla, mi propio hábito de desbloquear el móvil cada diez minutos o recibir audios que no tienen nada que decir, hay algo que me inquieta aun más. Las identidades que se desarrollan en internet. Y cuando hablo de internet me refiero principalmente a Instagram, Facebook y la última a la que aun me resisto a entrar, Snapchat.

Antes de entrar de lleno en la cuestión quiero aclarar que lo que estoy haciendo no es un juicio hacia fuera sino una autocrítica, que podría servirme para darme un empujón más hacia la persistente idea de comprarme un Nokia y volver atrás. Y es que no son pocas las veces que he pensado en cerrar mi cuenta de Instagram, coger el móvil y tirarlo al mar. Porque yo soy la primera que cae y se deja enredar, y dice que pasa del qué dirán mientras cambia siete veces el filtro de una foto. Pero honestamente estoy hasta el moño de ver platos de pasta y tíos enseñando cacha, de “feministas” que no tienen nada que aportar salvo ego y vanidad, que oye me parece genial, pero no lo llames revolución social.

Asumo  que las personas  tengamos la necesidad de comunicarnos  y que estas redes también sirvan para inspirar, pero me preocupa la importancia que le damos a lo que continuamente intentamos reflejar y me pregunto cuánto es humo y cuánto realidad.  Curiosamente esto me recuerda a mi misma escribiendo somos publicidad hace justo un año y me hace dar una vuelta de tuerca más y preguntarme ¿seremos posmodernidad?


Alguien me dijo alguna vez que Twitter nos hace pensar
que somos ingeniosos, Instagram que somos fotógrafos y Facebook que tenemos amigos. A fin de cuentas, que somos algo más que el otro, que nuestra vida es más interesante, nuestros novios más guapos y nuestra comida más apetecible. Nos hace pensar que somos arte, que lo que hacemos o lo que decimos merece ser compartido. Y en consecuencia, nos lleva a explotar nuestra necesidad de reconocimiento materializándolo en un número de clicks, en algo tan efímero como un like en el que invertimos un segundo en darlo y tres en olvidar.

 Aparte, claro está, del valor otorgado a la belleza, a las apariencias, a lo superficial.


Entiendo que cada uno busca en un sitio distinto la felicidad, pero desde luego esto que hacemos no es natural y me parece que provoca un desarraigo brutal de dónde venimos, de dónde estamos y hasta de lo que somos.


Y sin embargo me planteo si en un mundo posmoderno en el que nada es lo que parece ser, en el que los formatos se confunden, los contenidos se transforman, las líneas se difuminan y la realidad no es alcanzable ¿Somos más auténticos siendo quién somos o quién queremos ser? Tal vez las redes abran un espacio para manifestar una parte de nosotros que en cualquier otro no sabemos expresar. Puede que nos libere. O que nos ate, a un mundo paralelo en el que las relaciones se basan en la estética, en proyecciones, en humo.

Puede que nos envuelva en una ilusión, en un mundo idílico de comentarios y likes en el que no hay decepciones, ni guerras, ni hambre, ni sangre y sudor. La vida es sueño, decía Calderón, ¿nos estamos durmiendo colgados en la red?




domingo, 15 de noviembre de 2015

Don´t Pray for Paris

“Ya hemos tenido suficiente religión” Decían ayer desde Charlie Hebdo y de ahí el título de este artículo.

No apoyo la religión, no apoyo la violencia y no apoyo la imposición cultural. Me duele profundamente ver la crisis de humanidad a la que asistimos cuando presenciamos actos de autentica barbarie en nombre de la fe, cuando sentimos miedo ante nuestros semejantes y cuando eso nos hace alimentar el odio hacia los demás.

Y sin desvalorizar el sufrimiento de las víctimas y las familias parisinas que sufrieron el horror recientemente hay algo que no podemos olvidar, que los países que más están sufriendo los ataques yihadistas con diferencia son Siria e Irak. En estos países han muerto centenares de millares de civiles y hay otros millones de ellos que están tratando de huir y de encontrar asilo en nuestras fronteras; son aquellos que englobamos en una masa impersonalizada bajo el nombre de refugiados y que ahora hay a quien incomoda y produce temor.


Desconocimiento y manipulación. Esos son los factores que crean la confusión existente entre el ISIS y el Islam. Y a menudo se pierde de vista que las principales víctimas del radicalismo islámico son los propios musulmanes, aquellos que no viven bajo los preceptos de la sharia, que son básicamente la mayoría de los países de Oriente Próximo entre los cuales Siria considera inconstitucionales.


Dicho esto doy por hecho que entienden a donde pretendo llegar. La islamofobia o, dicho de otra forma, el odio generalizado a todas las personas con creencias musulmanas, no es solamente injusta e inhumana, sino que además favorece la brecha existente entre oriente y occidente. Acusando más el sentimiento de rechazo e incomprensión de los países árabes y fomentando el crecimiento de sectores radicales y grupos violentos como el ISIS.

A esto cabe añadir que la principal fuente de financiación del Daesh procede de Arabia Saudí; país que además alimenta el odio desde la infancia de los suníes a los chiíes, quienes tienen interpretaciones diferentes de la sharia (código de conducta que regula los criterios de la moral y la vida). Y país al que casualmente España ofrece  el  15% de sus exportaciones de material militar.

Una vez entendido esto ¿qué responsabilidad tiene Occidente sobre el terrorismo islámico? Mucha. No solamente fuimos nosotros quienes diseñamos las fronteras de sus países y los obligamos a convivir sin tener en consideración sus diferencias, sino que a día de hoy nos seguimos beneficiando económicamente de su situación.

Con esto no quiero decir que la población civil de Francia sea la responsable de la terrible masacre producida hace dos días, ni mucho menos. Pero creo firmemente que la solución no se encuentra en responder con violencia, ni con odio, ni con un rechazo indiscriminado a toda la comunidad musulmana. La solución pasa por presionar a nuestros gobiernos para que cambien el enfoque.


Dejemos de financiar las armas, dejemos de dar asistencia militar y dejemos de comerciar con el petróleo que esté manchado de sangre. Solo así combatiremos el terrorismo sin entrar en su propio juego.





miércoles, 1 de julio de 2015

Democràcia Morta

El premiado documental sobre el 4F ha llegado a mi el mismo día que ha entrado el vigor la Ley Mordaza. Qué irónico. Qué curiosas son las casualidades. El hecho de estar en el sitio adecuado en el momento oportuno. O de no estarlo.

Patri y Alfredo no lo estaban. Ni Rodrigo, ni Alex, ni Juan. Ellos no estaban en el teatro ocupado durante la agresión del policía que resultó herido. ¿Y qué más da? Como si el Sistema no tuviese herramientas para legitimar una mentira hasta el final.

Cómo si los años de Dictadura y represión se hubiesen sanado con una buena rehabilitación. Como si en el día de hoy manifestarse o impedir un desahucio no fuese delito.

Esta violación efervescente de la democracia nos enseña algo más que lo devastadora que puede llegar a ser la condición humana. Ciutat Morta también nos enseña la importancia de los códigos. Las sutilezas de los códigos de comunicación que pueden llevarte a la muerte por tu forma de vestir, o por un corte de pelo desacertado.

El medio es el mensaje, cierto. En cambio la apariencia de imparcialidad del juzgado no fue tan importante. Como tampoco lo serán los abusos de poder policial que se verán impunes gracias a esta nueva ley.

Lo que le sucedió no forma parte del pasado, es nuestro presente más reciente. La hegemonía de un sistema que cambia vidas por mentiras, por la eficiencia de una perpetuación de alto rendimiento. Es la consecuencia de una mentira mayor, amparada en una Transición por la que ni siquiera pasó el poder judicial.


La violencia, el racismo y  la estigmatización fueron las piezas que nos hicieron perder la partida. Pero somos muchos en el tablero. Y no podemos dejarnos vencer, por Patricia, por ellos. Se lo debemos, nos lo debemos.

Decía Rodrigo en el documental que en el momento de mayor desamparo no se dejaba derrumbar gracias a la gente que hacía ruido allá fuera. Y es que eso es lo más grande que tenemos compañeros, la fuerza de la justicia compartida. De ello se nutren los grupos activistas, las plataformas y las comunidades de twitter. Y de ello se asustan los que aceleran procesos de desorganización ciudadana.

Cuando la tiranía es ley, la desobediencia es orden.  El suicidio de Patri no fue un hecho aislado, ni el 4F, ni la aprobación de la ley Mordaza; sino las consecuencias de un sistema atentando contra la condición humana.

Las reglas del juego nos las dieron sentadas, pero es nuestro turno y nos toca mover ficha. Se les acaba el tiempo. Tic,tac.









PD: Para los que aun no lo hayáis visto:  Ciutat Morta



martes, 26 de mayo de 2015

La hora del cambio.

Es tiempo de cambio. Las ciudades más cosmopolitas del país han actuado en estas municipales como puntas de lanza señalando el camino, y es responsabilidad de todos y de todas apostar en esa dirección.

Empezamos este proyecto sentados en el suelo, pegados a la tierra. Impulsados por lo que yo ubico en dos pilares: la ilusión y el miedo.

Fuimos nosotros, la juventud dormida, los irresponsables, los que no sabían, los que capitaneábamos el equipo de la ilusión.


Pero nos ganó el miedo. Y volvieron las oscuras golondrinas de Bécquer disfrazadas de gaviotas sedientas de poder.

Esa fue nuestra lección. Aprender que el miedo solo trae desesperanza, y que es una herramienta útil y peligrosa para quien sabe manejarla.

Parece ser que después de dejar nuestra tierra en manos de terratenientes de carácter ruín y lastimero, hemos aprendido que el miedo no es un buen compañero.


Hemos dado nuestro voto a favor del cambio, hemos apostado por la ilusión y hemos puesto nuestra confianza en los nuestros. En la gente de a pie, en los que no se ahogan con corbatas y  por fín, en las mujeres.

Los efectos de la movilización empezaron a verse en las Europeas con el subidón de Podemos, y he de añadir que aunque mi confianza en ellos está aún por definir, me llena de alegría cada una de sus victorias.

Debemos ser positivos, pero nunca ingenuos. Son muchos los que aun tienen miedo al cambio, lo vimos en las Andaluzas y lo hemos vuelto a ver en muchos municipios.  Los gordos caen, pero caen despacio.


Vamos haciendo contrapeso, vamos cediendo la balanza y echándole fuerza a este pulso. Pero no podemos relajarnos. Porque este país no puede permitirse que el miedo nos gane de nuevo.



lunes, 13 de abril de 2015

La gran mentira

Podría empezar este articulo diciendo que todos somos publicidad, en un intento de humanizar esta disciplina y haceros empatizar con ella. Podría decir que lo negamos. Que no queremos admitirlo. Pero que si abrimos las verjas que delimitan lo que entendemos con el concepto de publicidad y nos paramos a reflexionar sobre nosotros mismos, nos daremos cuenta de que todos somos publicidad.

Todos comunicamos. Cuando nos vestimos, cuando hablamos, cuando decidimos que fotos subir a Instagram. Creamos un producto, le ponemos un envoltorio bonito y lo vendemos. Nos vendemos. Vendemos una imagen y esperamos que los demás nos compren, al menos nuestro público objetivo, esas personas que queremos que nos acepten.

Negociamos nuestras conductas, negociamos las de los demás y nos compramos. Trapicheamos con amor, con cariño, con respeto, con admiración. Construimos nuestras relaciones en base a la transmisión de ideas que no son más que la imagen que las personas proyectamos las unas de las otras.

Somos branded content, generamos contenido y queremos que los demás disfruten de lo que podemos ofrecerles.

Y es cierto que una parte de mi piensa que si aceptamos que todo esto es un proceso natural, podemos entender la publicidad como una herramienta útil para comunicar y para construir una visión de la realidad acorde con lo que queremos construir de ella.

Sin embargo hay otra parte que me pregunta ¿dónde está la naturalidad? Si nos resignamos a vivir en un mundo planificado ¿dónde queda la espontaneidad?

Como estudiante de publicidad soy consciente de que todas las personas comunicamos, incluso cuando estamos en silencio; y que esa comunicación puede dirigirse para conseguir un efecto, ¿pero dónde queda lo auténtico?

En todos esos procesos de medición y diseño de la información perdemos la espontaneidad, la naturalidad y hasta la libertad.

Me gustaría ver a alguien en el congreso que me mirara con honestidad, una presentadora que
sonriera con sinceridad y una marca de maquillaje que me dijera “no me necesitas”. ¿Qué estúpido suena no?




Será porque odio las dedicatorias prediseñadas, la comida precocinada y las ideas preconcebidas. Será porque no me creo los documentales guionizados, ni los debates, ni las ruedas de prensa. O quizás porque me aburra una vida escrita de ante mano en la que seamos figurantes del Show de Truman.

Supongo que me cabrea la publicidad. Tal vez no soporte la forma en la que especula con emociones y vende humo a precio de oro e inseguridad. Puede que me reviente la manera en la que tapa el daño que hacen sus empresas con acciones de responsabilidad social, que en la mayoría de los casos son imposiciones legales que venden como actos de bondad.


¿Qué hago aquí? Me he preguntado miles de veces en mi aula de la facultad. Luchar. Entrar dentro del sistema y ponerme en su contra. Amar la comunicación locamente y defenderla como un acto en la que dos partes deciden conversar, sin manipulación, sin imposición, sin mentiras. Utilizándola como un altavoz para el cambio y como una herramienta para construir un mundo más justo.


Puede que en cierto modo los humanos necesitemos ser publicidad, aunque más bien opino que es la publicidad la que necesita hacerse más humana.


martes, 16 de septiembre de 2014

¿Podemos?


Hace algo más de un año compartí por primera vez un artículo de Pablo Iglesias llamado “¿España va bien? Váyanse a la mierda" después llegó Podemos y yo me mantuve expectante y con cierto escepticismo me limité a observar. En primer lugar me quedé fascinada al contemplar la atracción mediática que iba alcanzando y aun más la impresionante capacidad comunicativa de su líder. He sentido como se me erizaba la piel al escuchar a Pablo y he sonreído al televisor al ver como verbalizaba mis propios pensamientos. Identificaron a la mano invisible que oprimía al pueblo con sus intereses y lo denominaron Casta.  Voté a Podemos en las Europeas y con los resultados sentí que mi voto valió más que nunca. Entonces fue cuando el miedo cambió de bando. Los grandes partidos, las grandes empresas y los medios de comunicación financiados por estos otros dieron la señal de alarma. Aquellas reivindicaciones lanzadas al aire en las asambleas del 15M tres años atrás habían constituido las bases de una alternativa organizada y habían conseguido cinco escaños en Estrasburgo.



Fruto del miedo de los intereses políticos y financieros de esa casta se radicalizó el ataque contra Podemos usando como instrumento principal una supuesta alianza con el chavismo. Aunque honestamente no considero una ofensa que lo comparen con un líder político que consiguió sacar a un 70% de la población del analfabetismo y logró un crecimiento invariable en el índice de desarrollo humano durante ocho años, convirtiendo a Venezuela en el país con menos desigualdad de América Latina según datos de Naciones Unidas; en un sistema elegido democráticamente, repetidas veces y comprobado por observadores internacionales.


No obstante también considero que es preciso escuchar todas las voces para tener una información completa y una opinión solida. Y es por ello por lo que decidí hacer una reflexión más profunda sobre el programa electoral que aparece en su web, manteniendo como guía un pensamiento “Creo en Podemos pero ¿podemos?”. Y este ha sido el resultado: 



Creo en la necesidad de abrir un proceso constituyente que garantice los derechos sociales, creo en la necesidad de una educación y justicia gratuita, en un modelo de asistencia sanitaria público, de cobertura universal, equitativa y gratuita, con dotación presupuestaria prioritaria, creo necesaria una reducción de la partida presupuestaria destinada al gasto militar para destinarla al sector de la investigación.

También creo necesaria la creación de una banca pública a partir de las cajas de ahorros convertidas hoy en las entidades bancarias recapitalizadas con dinero público, que por tanto pertenece a todos los ciudadanos y ciudadanas. En regular las actividades especulativas de la banca de inversión, diferenciándola de la banca comercial. Y en dar garantía de flujo de crédito preferente hacía PYMES, cooperativas y autónomos, priorizando en aquellas empresas que se rijan por criterios de responsabilidad social, ética y medioambiental. E incluso en la recuperación del control público de los sectores de telecomunicaciones, transporte, sanitario, farmacéutico, los recursos hídricos y energéticos, realizando una auditoría rigurosa  del coste real del sector energético eléctrico para evitar las situaciones de abuso y competencia desleal.

Como ciudadana y estudiante de comunicación no podía estar más de acuerdo en la necesidad de independizar los medios de comunicación de los diferentes gobiernos y grandes grupos empresariales, con el fin de alcanzar una información honesta y veraz.

Aplaudo todas sus medidas referentes a medio ambiente incluyendo el plan de preservación de costas y espacios naturales, la expropiación de grandes fincas en desuso para la gestión comunal, la regulación de los precios de los productos agrícolas para evitar el empobrecimiento de los productores y por su puesto las leyes estatales de protección de los derechos de los animales, lo que conlleva la prohibición de la tauromaquia.  Y acepto íntegramente sus medidas relacionadas con la cooperación de los pueblos y su tratamiento para los conflictos del Sáhara, Palestina y los países del Tercer Mundo.

También agradezco que se camine hacia una política europea común que separe las actividades de todas las confesiones religiosas de las estructuras estatales. Y que se eliminen los privilegios fiscales de la Iglesia Católica.

Creo en todas estas medidas aun sabiendo que muchas de ellas serán de difícil aplicación, sin embargo hay otras de ellas, fundamentales, que me inquietan bastante más:

Creo absolutamente necesaria una redistribución equitativa del trabajo y la riqueza, y entiendo que para ello sea necesario establecer un salario máximo vinculado proporcionalmente al salario mínimo interprofesional;  y para asegurar la efectividad de esto, emprender una lucha real contra el fraude fiscal incluyendo una auditoría pública de la financiación de los partidos y acabando con la deslocalización de beneficios de las grandes empresas. Bien, dicho esto entiendo que estas medidas junto con una reforma progresiva del IRPF sean necesarias para financiar una renta básica para todos los ciudadanos y ciudadanas, que variaría en función de sus necesidades personales.

Esta propuesta me parece la más atrevida y probablemente la más necesaria. Pero poniendo toda mi fe en creer que se aplicará sin problema, me plantea un conflicto con otra de sus medidas: la inmigración. Y expresando de antemano que entiendo que nadie tiene el privilegio de nacer donde se nace y que la ciudadanía no puede depender de la renta, me pregunto si mantener la autorización de residencia y trabajo durante cinco años sin necesidad de cotización es la mejor manera de afrontar este problema. ¿Está España capacitada para acoger a personas que no coticen y que por tanto no aporten riqueza al país? ¿Tendrían derecho a una renta básica al igual que el resto de españoles? ¿Dónde estará el límite de acogida?

Por último destaco que estoy completamente de acuerdo con que el referéndum vinculante es una pieza clave para la participación democrática y que es la medida más efectiva de convertir en hechos la voluntad del pueblo, y por tanto entiendo que el primer caso que se plantea es la independencia de Cataluña y el País Vasco, y mi única pregunta al respecto es ¿Bajo qué condiciones?



Tratando de apartar estas dudas y otras que seguramente me aparecerán, después de esta detallada reflexión, llego a la conclusión de que debido a la gran ambición de su proyecto y a la delicadeza de muchos de sus apartados una legislatura no sería suficiente para comprobar la viabilidad de sus medidas. Pero aun así creo en Podemos, entre otras cosas porque considero que gracias a su forma de financiación no tiene miedo de atacar a quien realmente supone una amenaza. Y creo también que es muy peligroso fallar en sus propósitos, ya que está en juego la confianza de muchos votantes y el precio será volver al bipartidismo del que tratamos de huir. Es por esto por lo que pienso que manteniendo cierto grado de escepticismo y observación, necesitamos creer en Podemos, pero como una meta final, asumiendo que no será un proceso en absoluto sencillo pero aceptando que cualquier avance en su dirección será positivo.


lunes, 14 de julio de 2014

Si no aceptáis mis pecados, acataréis mis leyes.


Recuperando la temática del artículo De mujer a ministro, ha pasado ya casi un año desde que lo escribí, la ley no ha entrado en vigor aún, pero el anteproyecto sigue ahí.


Devolver a un país que tanto sufrió el nacionalcatolicismo una ley reaccionaria, con un 83% de la población en contra es como para que te tiemble el pulso.

Sabiendo que organizaciones de todo el mundo, incluidas agencias de la ONU,  han pedido que se frene esta ley y que las normas internacionales de derechos humanos reconocen que “el acceso a abortos legales y seguros es fundamental para el ejercicio efectivo de los derechos humanos de mujeres y jóvenes", no se cómo aun tienen la soberbia de mantener el anteproyecto ahí.


Bueno sí. Sí lo que lo se. Teniendo detrás a la industria de conciencias más grande que ha existido nunca, la Iglesia.

La Conferencia Episcopal se gastó el pasado año 150.000€ en la “Campaña por la Vida”. Como si de un producto más se tratase, y su objetivo fuera posicionarlo en la mente del consumidor. Aunque eso es precisamente lo que llevan haciendo durante años.

Siendo honesta conmigo misma tengo que admitir que más que rechazo, repugnancia o indignación, lo que le tengo a la religión es miedo. Pánico. Porque he visto cómo es capaz de llevarse por delante a poblaciones enteras.

La religión juega con lo más instintivo e irracional del ser humano, la fe. Y la Iglesia en nombre de la fe es capaz de hacer cualquier cosa. Y las personas de consentirlo.

La alienación que consigue con su falsa moral es capaz de destruir nuestros propios derechos. De imponernos la culpa, y de convertir nuestras libertades en pecados. Y óiganme, que me parece estupendo, que cada uno en su casa viva y sienta como quiera, pero a mi que no me toquen los ovarios.


Que usted señor Gallardón puede subirle la sotana a quien desee, pero a nosotras no nos venga con imposiciones medievales, ensuciando nuestra Declaración de Derechos Humanos con sus arcaicas creencias. ¿Cómo se atreve a cuestionar nuestra capacidad de decisión? ¿Nuestra responsabilidad y nuestra ética? 
Como si fuésemos estúpidas, inmaduras o peor aun, como si fuésemos crueles por naturaleza. ¿Acaso se cree usted en el derecho de decidir por nosotras en qué casos tenemos la obligación o no de ser madres? Haga el favor de guardarse el paternalismo en el bolsillo de la chaqueta y devuélvanos los veinte años de evolución de esta ley.

Y haga el favor también de dejar de señalarnos y de convertir en poco menos que asesinas a las mujeres que no se ven con la capacidad de sacar un hijo adelante, porque precisamente eso es salvar vidas. Pero no vidas en abstracto como ustedes juegan y filosofan con la palabra, sino vidas en concreto. Vidas de madres y padres que por cualquier circunstancia no tienen voluntad, capacidad o medios para mantener una vida ajena.

Y sabe usted igual que yo, que una mujer que desee abortar lo hará de igual manera y que lo único que va a conseguir es limitar el privilegio de un aborto sin riesgo a aquellos que puedan pagarlo y como consecuencia obligar a aquellas mujeres con escasos recursos a arriesgar su salud e incluso su vida.

Aparte la demagogia y sus medallas de salvador a un lado y cuéntele a Dios que ha hecho su gobierno para mejorar la vida de los que ya hemos nacido. Explíquele que han recortado ayudas de dependencia, educación y sanidad, que hay dos millones trescientos mil niños por debajo del umbral de la pobreza. Niños condenados a la exclusión social. Confiésese ante él y dígale a Dios honestamente qué vidas son las que está protegiendo.

Y después métase a cura o váyase al infierno pero no convierta sus pecados en delitos ni condene aún más a este país.




jueves, 10 de abril de 2014

Objetivo Tierra, objetivo vida.



La Agencia Europea de Medio Ambiente alertó el pasado año de que un 90% de la población urbana de Europa está expuesta a concentraciones contaminantes que son perjudiciales para la salud.

Este porcentaje podría no impactarnos a priori, pero tal vez la cosa cambie si contemplamos el efecto que tiene en las 400.000 personas que murieron de forma prematura a causa de ella  en 2010 en Europa. Es decir, más de 10 veces las muertes por accidentes de tráfico.

Ciudades como Madrid y Barcelona incumplen la legislación europea en cuanto a las emisiones de dióxido de nitrógeno que procede de los tubos de escape.
Pero lo cierto es que ni siquiera esta legislación es suficiente para proteger nuestra salud.

La Organización Mundial de la Salud ha actualizado recientemente su guía de 2005 sobre los efectos negativos de los contaminantes y ha revelando que son mucho peores de lo que se creía hace ocho años.
Sin embargo los límites que pone Bruselas a la exposición de contaminantes no son los recomendados por la OMS y la Comisión Europea parece estar haciendo oídos sordos al peligro que corre nuestra salud a causa de este problema.


Si comparamos las cifras de los últimos años nos damos cuenta de que se ha producido un descenso de las emisiones, lo cual podría llevarnos a pensar que se están tomando medidas al respecto. Pero lamentablemente no es así.

Si ahondamos en la investigación y analizamos la coyuntura socioeconómica llegamos a la verdadera razón de esta disminución. La respuesta la tenemos en la crisis económica que atraviesa España estos últimos años.

Como consecuencia de la crisis hay menos tráfico y menos actividad industrial. Lo que nos hace concluir que la reducción de la contaminación se ha producido por factores coyunturales y no por que se hayan tomado medidas para reducir el tráfico, las emisiones industriales o las calefacciones.

Por otro lado, aunque la contaminación haya disminuido, el problema sigue ahí. Ecologistas en Acción calcula que 7,7 millones de andaluces, el 92% de la población respira cada día más contaminación de la que recomienda la OMS.

Ante esta situación me preguntaba ¿No piensan las instituciones tomar medidas al respecto? E inmediatamente volvía a relacionar los conceptos de industria, contaminación y salud. El sistema se nutre de industrias, de decisiones de señores y señoras de traje que solo buscan la rentabilidad económica, y de instituciones que legislan a favor de estos. Nuestra salud se vende en las reducciones de costes de las empresas mientras ellas se hacen más fuertes.


Cuando las preocupaciones de un planeta giran en torno a cantidades monetarias resulta difícil no perder el norte. Pero lo cierto es que esas personas que toman las decisiones y esas otras que marcan los límites de emisiones, insuficientes para nuestra salud, respiran el mismo aire que todos los demás; y  que una cuenta corriente no hace inmune a nadie, por muy gorda que sea.

Dicho esto y teniendo presente todo lo anterior, no podemos perder de vista que es un buen momento para atajar el problema. Falta voluntad política, sí. Pero el camino se hace andando y somos muchas las personas comprometidas con nuestro planeta y nuestra salud.


Sabemos, por ejemplo, que los motores diesel emiten partículas que proporcionan un 50% más de riesgo de sufrir infartos cerebrales y accidentes cardiovasculares. Pero también sabemos que podemos fomentar la bicicleta, el transporte público o los trayectos en vehículo compartido.


El cambio empieza en uno mismo y algún día seremos nosotros los que realicemos campañas de concienciación, dirijamos grandes compañías o ¿por qué no? Seamos los señores y señoras que tomen las decisiones. Y entonces sí, sepamos hacerlo bien.




sábado, 18 de enero de 2014

Capitalismo. Causa y consecuencia.


Llevo un tiempo dándole vueltas a esta cuestión. Cada vez que me he dispuesto a interpretar el mundo he partido de la idea de que el sistema capitalista era la causa de todos los males que azotaban el planeta.
La destrucción del medio ambiente se debe fundamentalmente al afán desmedido de lucro por parte de las grandes empresas. Y esto no solo afecta a la devastación de nuestro entorno, sino que trae consecuencias a los propios seres humanos. El efecto invernadero, la destrucción de la capa de ozono, la contaminación de las aguas, la tala masiva de hectáreas de bosque, el agotamiento de los recursos y las enfermedades derivadas de la contaminación ambiental son solo algunos de los ejemplos que ya estamos sufriendo en primera persona.

El capitalismo tiene como finalidad obtener el máximo beneficio en el mínimo periodo de tiempo posible, repartiendo posteriormente dicho beneficio entre los pocos dueños de las grandes corporaciones y contribuyendo así a la concentración de la riqueza. Para ello, se explota al trabajador y se eliminan costes de producción a través de la deslocalización o pasando por encima de la justicia ambiental.

Este gigante se alimenta de la fantasía de que todos pueden tener tanto como el que más tiene, algo completamente falso por la propia logística del sistema. Y a partir de esto construye una estructura de valores que se rigen básicamente por el poder económico, todos los valores sociales quedan relegados ante este, y se convierte en la única pieza que determina el resto de la maquinaria.



Pero ¿habría opción de que las cosas fueran de otra forma?

¿Ha sido el capitalismo realmente la elección final del ser humano? ¿La materialización de sus deseos primarios? Si nos diesen la oportunidad de volver a empezar a construir una sociedad, ¿llegaríamos al mismo punto? ¿Es el ser humano impulsado, por su propia naturaleza, a predominar uno sobre otro? ¿Acabaríamos siempre buscando el beneficio propio a costa de los demás? ¿Volveríamos a caer en la ambición y el ansia de poder por encima de los derechos del resto?  Frente a estas preguntas me atormentaba pensar en la desesperanza que me abordaría en el caso en que mi reflexión concluyera  con un gesto afirmativo. Pero entonces me percaté de que en realidad estaba haciendo una vasta interpretación de la teoría nietzscheana, reduciendo al ser humano a un mero animal sin escrúpulos luchando por convertirse en el más fuerte. Y la realidad demuestra lo contrario.

Muchas han sido las personas que han luchado por el bien común, que han descubierto a este gigante y se han atrevido a enfrentarlo. Y esa fé en las personas hace que el párrafo anterior se caiga por si solo.

Por supuesto que existe otra forma de hacer las cosas. Esta no ha sido la elección final de una sociedad, sino la voluntad de una minoría que se aprovecha de este sistema y que ha conseguido convencer a los demás de que es la única opción viable. El triunfo del capitalismo no se debe a causas naturales sino a un esfuerzo ideológico y un trabajo intelectual de agentes claramente identificables que consiguieron crear el abono con el que hoy se nutren nuestras instituciones, medios de comunicación, políticas y organizaciones.

Consumimos más de lo que nuestro planeta puede soportar. Nos convencemos de que nuestra felicidad está ligada a nuestro nivel adquisitivo. Pisoteamos nuestras motivaciones e ignoramos nuestro talento para ser productivos. Y trabajamos más de lo que nuestro país necesita para crear una plusvalía que no repercute en nosotros.


Entonces, si somos conscientes de todo esto ¿por qué seguimos pensando que es la única opción viable?

En palabras de Susan George “Si reconocemos que un mercado dominante, y que un mundo inicuo no son ni naturales ni inevitables, debe ser posible construir un contra-proyecto para un mundo diferente.” Y lo es.

No resulta tan disparatado creer en una nación que reparta igualitariamente su riqueza. En la que el incentivo sea la realización personal y no el enriquecimiento económico. En la que el talento no se vea coartado por los recursos económicos. En la que el Estado nos proporcionara vivienda, sanidad, educación y salario a cambio de servicios públicos. 
Y con un reparto del trabajo en el que los horarios respondieran a las necesidades reales de la producción necesaria.

Sin embargo cuando mencionamos que un ingeniero cobraría lo mismo que un pintor nos echamos las manos a la cabeza.

No podemos buscar un Estado igualitario si seguimos manteniendo el beneficio económico como el fin fundamental.

En ese Estado utópico una bailarina podría realizarse profesionalmente sin que su nivel económico fuese una traba, siempre y cuando tuviera el talento necesario para ello. Si por el contrario no lo tuviera podría seguir ejerciendo su pasión en un plano personal desempeñando otra función que devolviera los servicios cedidos por el Estado. En cualquiera de los casos podría sentirse realizada como persona manteniendo una buena calidad de vida y aportando algo al sistema.

No niego que la historia esté del otro lado al defender este modelo de sociedad cuando apelamos a regímenes totalitarios, pero debemos ser conscientes de que la historia se construye y nunca es tarde para cambiarla.


Y puede ser que aun todo esto nos resulte utópico y que encontremos miles de razones para creer que nunca llegará a pasar, pero recordando al filósofo y periodista italiano Gramsci: “Contra el pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad.”


lunes, 25 de noviembre de 2013

Ni putas ni santas, solamente mujeres.


Últimamente me estoy sintiendo bastante sensibilizada con el movimiento feminista, lo cual me sorprendió al principio pues pensaba que era un concepto arcaico superado por allá por los noventa y totalmente alejado de mi, una chica moderna y resuelta, con ideales progresistas, que se había creado en el seno de la Igualdad. Y ahí descubrí el problema. En el artículo XIV de la Constitución. Ese artículo que especifica que todos somos iguales y que da pie a preguntas como ¿si ya estáis reconocidas en la ley, que más queréis?

Nosotras ya nacimos dando por hecho que todos somos iguales, incluyendo en ese concepto de igualdad la asignación de roles sociales según el género.

En un país en el que predomina el patriarcado y la doble moral, vemos a diario como a las niñas de instituto se las llama zorras por vestirse de forma insinuante, mientras que a través de la publicidad crean una percepción del valor femenino basado fundamentalmente en la sensualidad. Vemos como compiten por conseguir al macho alfa, mientras que en las series juveniles caracterizan los objetivos de las protagonistas en base al hombre que deben alcanzar para sentirse realizadas. Vemos como se las tacha de golfas por salir con amigos teniendo pareja, mientras que en las películas de amor nos enseñan a centrar nuestra vida en una sola persona. Y nos parece normal.

Pero la cuestión está en que cuando esas niñas soplan veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años les sigue pareciendo normal. Y el problema va más allá de que los hombres puedan ser machistas, el problema es que el machismo está dentro de nosotras mismas y de nuestra sociedad.

En esta sociedad en la que, sorprendentemente,  el derecho al libre ejercicio sexual, así como el del placer físico y emocional tiene apenas veinte años, resulta aun más sorprendente escuchar hablar de las personas con las que se ha acostado una mujer y que la llamen puta.


En una juventud que crece interiorizando que eso es igualdad, a las mujeres se nos sigue exigiendo una imagen de “pureza y castidad” que bien se asemeja a la herencia de nuestra querida Iglesia Católica, que a día de hoy sigue haciendo publicaciones como el reciente Casate y se sumisa del arzobispo de Granada, que deja la dignidad de la mujer a la altura del betún.

En una estructura social que desde el paleolítico se empeña en someter a la mujer, parece que no se nos quedan tan atrás las pancartas de Ni putas ni santas, solamente mujeres.

Conviviendo con una comunicación de masas sexista, en un panorama laboral en el que se nos sigue desplazando y con una ley del aborto que nos sigue tratando como menores de edad, para hacer real ese concepto de igualdad nos queda mucho por andar.




miércoles, 30 de octubre de 2013

Pequeñas batallas.



El jueves pasado a las 6 de la tarde se convocó una manifestación por la educación en la plaza de la Constitución, y no fui. No fui ni yo ni ninguno de mis amigos. Y asusta.

Asusta porque fuera lo que fuese que estuviera haciendo no era más importante que luchar por mi futuro. Pero no fui.

Forme parte de esa gran mayoría silenciosa a la que tanto he criticado. Y no era propio de mi, ni de ninguno de nosotros.

Asusta pensar que están consiguiendo que la gente se canse, que nos resignemos a aceptar esta situación como una enfermedad crónica y aprendamos a vivir con ella en lugar de combatirla.
A través de las cortinas de humo que nos van lanzando y la anestesia que nos suministran con la comunicación de masas consiguen adormilarnos para darles tregua a los responsables del cáncer que está acabando con nuestros derechos en nombre de los intereses del libre mercado.


Desde niños nos enseñan a obedecer y a seguir unos cauces de adoctrinamiento para convertirnos en un eslabón de la cadena productiva. Nos obligan a tener idiomas, formación, habilidades, experiencia… y nos ofrecen un puesto de trabajo con un salario insuficiente y un horario explotador.


Se adueñan de nuestro tiempo, de nuestra atención y hasta de nuestras horas de sueño. Dedicamos nuestra vida al sistema y cuando este nos la ahoga nos cuesta hasta levantarnos a protestar. Y nos sobran motivos.


Nos sobran motivos porque la educación es la base de una sociedad, son los pilares sobre los que se construye una cultura y la estructura que sujeta a un país. Con una educación adecuada alcanzaríamos una conciencia de valores que nos ahorraría muchos de los problemas a los que nos enfrentamos hoy y nos permitiría, entre otras cosas, formar candidatos capaces de dirigir un país de una forma sana y competente.


Está demostrado que el posicionamiento crítico es la base del desarrollo y del avance social.
Y es muy probable que acudir a una manifestación no derogue una ley y que una voz al viento no cambie un sistema, pero hubo alguien que desde la India nos dijo que casi todo lo que hagamos en nuestra vida será insignificante, pero es muy importante que lo hagamos. Del mismo modo en el que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York, según la teoría del caos todo cambio a pequeña escala determina el resultado a largo plazo.


Y quizás ninguno de nosotros vea cómo cae este sistema, pero al menos viviremos encontrándole un sentido a cada cosa que hacemos y buscando la motivación en cada rincón. Y quizás ninguno de nosotros vea cómo nace otro sistema, pero al menos moriremos sabiendo que libramos nuestras pequeñas batallas y que algo conseguimos cambiar.