sábado, 29 de septiembre de 2012

25s


En un Estado ahogado en el descrédito financiero y político, el pueblo español se levanta en busca de justicia.
El Gobierno al otro lado de la frontera nos envía a sus sicarios.




DEMOCRACIA REAL YA

sábado, 8 de septiembre de 2012

Frágiles.





Desde que nacemos el ser humano tiene una necesidad que prima sobre el resto, la necesidad de seguridad. Apenas llegas al mundo reconoces a dos personas fundamentales: tus padres. Ningunos brazos serán iguales, da igual que llores de frio, de hambre o de sueño, solo sus brazos pueden calmarte.

Con forme vas creciendo ellos se convierten en dos fuertes infranqueables que velan  para que nunca te sientas sola o insegura. Solo eres una niña, los adultos están para protegerte y asegurarse de que no te falte nada. Ellos saben lo que hacen, tu solo tienes que preocuparte de seguir sus pautas. No existe el miedo a la soledad o al abandono, no hay decepción ni frustraciones.


Pero inevitablemente creces y la realidad comienza a golpearte en la cara. Tus padres siguen estando ahí pero ya no te transmiten esa seguridad incondicional. Ahora la adulta eres tú.
Ahora tus actos tienen consecuencias, las decisiones que tomas pueden volverse en tu contra y solo tú estarás ahí para encajar los golpes.  No sabes cómo enfrentarte a las situaciones que se te plantean y continuamente te inundan esas ganas de salir corriendo hacia alguna parte.

Necesitas recobrar la sensación de estabilidad e inconscientemente  comienzas a buscarla en otra persona, en una pareja. De acuerdo con esto, yo siempre he sido muy partidaria de la teoría de Freud y su complejo de Edipo;  en el que  defiende que el ser humano siempre tiende a buscar en una pareja patrones que se aproximen a los de nuestros padres.


Entonces  aparece él. Colocándote  en un lugar privilegiado, en una prioridad en la que solo estás tú. Y recuperas esa  sensación de paz, solo su pecho  puede dártela. Te devuelve a ese espacio mental en el que nada puede perturbarte; el está contigo y nada malo puede pasarte. El miedo desaparece y tienes la convicción de que él daría su vida por ti sin dudarlo un segundo, del mismo modo que lo haría tu padre cuando tenias cinco años.

Supongo que por eso, después de un desastre amoroso,  todas las inseguridades vuelven de golpe haciéndote más frágil que nunca. Tu mundo estable se desploma y el equilibrio de tu vida se esfuma. El puente de seguridad que te proporcionaba esa persona se quiebra, dejándote a ti al otro lado, haciéndote sentir como ese bebé vulnerable que solo extraña los brazos de su madre.

La necesidad de seguridad es algo que heredamos desde que nacemos y que convive con nosotros hasta el día en que dejamos de existir, lo que implica que ese bebé no es más frágil que sus padres, sino que simplemente ellos han tenido más tiempo para aprender a combatir su propia inseguridad.