domingo, 11 de noviembre de 2012

Una utopía necesaria.



Tengo dieciocho años, nací en un país del primer mundo, en una familia de clase media. Jamás me faltó un regalo el día de mi cumpleaños ni zapatos nuevos cada invierno. He disfrutado del estado del bienestar y me siento una gran privilegiada.
Pero el estado del bienestar no es más que otra gran  mentira. Hemos creado un mundo absolutamente insostenible. Un mundo en el que la obsesión por el consumo ha anulado completamente nuestra esencia natural y nos ha impulsado a creer en valores falsos tales como la apariencia, el prestigio, la ambición, el poder…

Desde que nacemos nos venden este mundo como un juego en el que podrás triunfar por tus propios medios con una única condición: tan solo serás un peón más absolutamente prescindible. Y lo aceptamos sin discusión.
Vivo en un Estado de derecho en el que los bancos son rescatados con dinero público, las personas se suicidan por no poder llegar a fin de mes y familias enteras se ven en la calle de la noche a la mañana sin tener a donde ir. Las matriculas de las universidades públicas cuestan más de mil euros, la mayor parte de la prensa está direccionada y ante una situación de crisis el Gobierno actúa recortando en sanidad, educación, en salarios y en pensiones.

No soy economista y no tengo ni idea de política, pero no alcanzo a comprender en qué momento la humanidad aceptó convertirse en un mero número.

Sobran motivos para afirmar que este sistema es absolutamente inviable, pero seguimos creyendo que es una utopía construir un mundo mejor.

Un mundo en el que a través de la educación se enseñaran valores reales tales como la igualdad, la solidaridad, el respeto y la humildad. Un mundo que se sostuviese por un interés de compromiso con el planeta. Un mundo que velara por el bien común, por la satisfacción de los ciudadanos. En el que no existieran ejércitos y ni estrategias de ataque o defensa. En el que la policía hiciera honor a sus placas y dieran ejemplo de conciliación pacífica. En el que no existieran los paraísos fiscales ni la pena de muerte, en el que traer a una persona al mundo no fuese decisión de ningún político. En el que el desarrollo de la economía no implicase ninguna devastación ambiental y en el que jamás se viera una fortuna, si una sola persona debe morir por ello.



Pero lo cierto es que también se consideraba una utopía salir de la esclavitud y se consiguió. Se consideraba una utopía salir del feudalismo y se logró. Se consideraba una utopía acabar con las nefastas condiciones de vida de la clase obrera y se alcanzó.

Será porque soy demasiado joven o demasiado idealista. Será porque aun no me ha dado tiempo a perder la esperanza ni a dejar de luchar. Será porque las ganas vivir me hacen amar este mundo y eso me hace creer que se merece algo mejor.
Será por eso por lo que defiendo que las utopías son necesarias.

Y será por eso por lo que considero que el día en el que deje de ser una utopía, me sentiré orgullosa de llevar una bandera o de cantar un himno.