lunes, 25 de noviembre de 2013

Ni putas ni santas, solamente mujeres.


Últimamente me estoy sintiendo bastante sensibilizada con el movimiento feminista, lo cual me sorprendió al principio pues pensaba que era un concepto arcaico superado por allá por los noventa y totalmente alejado de mi, una chica moderna y resuelta, con ideales progresistas, que se había creado en el seno de la Igualdad. Y ahí descubrí el problema. En el artículo XIV de la Constitución. Ese artículo que especifica que todos somos iguales y que da pie a preguntas como ¿si ya estáis reconocidas en la ley, que más queréis?

Nosotras ya nacimos dando por hecho que todos somos iguales, incluyendo en ese concepto de igualdad la asignación de roles sociales según el género.

En un país en el que predomina el patriarcado y la doble moral, vemos a diario como a las niñas de instituto se las llama zorras por vestirse de forma insinuante, mientras que a través de la publicidad crean una percepción del valor femenino basado fundamentalmente en la sensualidad. Vemos como compiten por conseguir al macho alfa, mientras que en las series juveniles caracterizan los objetivos de las protagonistas en base al hombre que deben alcanzar para sentirse realizadas. Vemos como se las tacha de golfas por salir con amigos teniendo pareja, mientras que en las películas de amor nos enseñan a centrar nuestra vida en una sola persona. Y nos parece normal.

Pero la cuestión está en que cuando esas niñas soplan veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años les sigue pareciendo normal. Y el problema va más allá de que los hombres puedan ser machistas, el problema es que el machismo está dentro de nosotras mismas y de nuestra sociedad.

En esta sociedad en la que, sorprendentemente,  el derecho al libre ejercicio sexual, así como el del placer físico y emocional tiene apenas veinte años, resulta aun más sorprendente escuchar hablar de las personas con las que se ha acostado una mujer y que la llamen puta.


En una juventud que crece interiorizando que eso es igualdad, a las mujeres se nos sigue exigiendo una imagen de “pureza y castidad” que bien se asemeja a la herencia de nuestra querida Iglesia Católica, que a día de hoy sigue haciendo publicaciones como el reciente Casate y se sumisa del arzobispo de Granada, que deja la dignidad de la mujer a la altura del betún.

En una estructura social que desde el paleolítico se empeña en someter a la mujer, parece que no se nos quedan tan atrás las pancartas de Ni putas ni santas, solamente mujeres.

Conviviendo con una comunicación de masas sexista, en un panorama laboral en el que se nos sigue desplazando y con una ley del aborto que nos sigue tratando como menores de edad, para hacer real ese concepto de igualdad nos queda mucho por andar.




miércoles, 30 de octubre de 2013

Pequeñas batallas.



El jueves pasado a las 6 de la tarde se convocó una manifestación por la educación en la plaza de la Constitución, y no fui. No fui ni yo ni ninguno de mis amigos. Y asusta.

Asusta porque fuera lo que fuese que estuviera haciendo no era más importante que luchar por mi futuro. Pero no fui.

Forme parte de esa gran mayoría silenciosa a la que tanto he criticado. Y no era propio de mi, ni de ninguno de nosotros.

Asusta pensar que están consiguiendo que la gente se canse, que nos resignemos a aceptar esta situación como una enfermedad crónica y aprendamos a vivir con ella en lugar de combatirla.
A través de las cortinas de humo que nos van lanzando y la anestesia que nos suministran con la comunicación de masas consiguen adormilarnos para darles tregua a los responsables del cáncer que está acabando con nuestros derechos en nombre de los intereses del libre mercado.


Desde niños nos enseñan a obedecer y a seguir unos cauces de adoctrinamiento para convertirnos en un eslabón de la cadena productiva. Nos obligan a tener idiomas, formación, habilidades, experiencia… y nos ofrecen un puesto de trabajo con un salario insuficiente y un horario explotador.


Se adueñan de nuestro tiempo, de nuestra atención y hasta de nuestras horas de sueño. Dedicamos nuestra vida al sistema y cuando este nos la ahoga nos cuesta hasta levantarnos a protestar. Y nos sobran motivos.


Nos sobran motivos porque la educación es la base de una sociedad, son los pilares sobre los que se construye una cultura y la estructura que sujeta a un país. Con una educación adecuada alcanzaríamos una conciencia de valores que nos ahorraría muchos de los problemas a los que nos enfrentamos hoy y nos permitiría, entre otras cosas, formar candidatos capaces de dirigir un país de una forma sana y competente.


Está demostrado que el posicionamiento crítico es la base del desarrollo y del avance social.
Y es muy probable que acudir a una manifestación no derogue una ley y que una voz al viento no cambie un sistema, pero hubo alguien que desde la India nos dijo que casi todo lo que hagamos en nuestra vida será insignificante, pero es muy importante que lo hagamos. Del mismo modo en el que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York, según la teoría del caos todo cambio a pequeña escala determina el resultado a largo plazo.


Y quizás ninguno de nosotros vea cómo cae este sistema, pero al menos viviremos encontrándole un sentido a cada cosa que hacemos y buscando la motivación en cada rincón. Y quizás ninguno de nosotros vea cómo nace otro sistema, pero al menos moriremos sabiendo que libramos nuestras pequeñas batallas y que algo conseguimos cambiar.


jueves, 5 de septiembre de 2013

De mujer a ministro.



Hace unos días leía en la prensa que nuestro ministro de justicia, el señor Gallardón, aprobará en octubre la contrarreforma de la ley del aborto.  La nueva ley nos hará retrotraernos al año 1985 en el que solo se contemplaba el derecho a la interrupción del embarazo en tres supuestos: violación; daño para la vida, salud física o psíquica para la madre; y malformaciones físicas o psíquicas del feto. Pero lo peor de todo es que me sentí hasta aliviada, ya que lo que planteaba en un primer momento el ministro era la eliminación del tercer supuesto, y eso ya si que nos ponía el vello de punta.

¿En qué estaba usted pensado cuando se le ocurrió esa brillante idea? Déjeme adivinar, en lo mismo en lo que pensaba su Consejo de Ministros cuando aprobó la reforma de la Ley de Dependencia, reduciendo un 15% la ayuda al cuidador.

Es decir, no solamente pretendía usted obligarnos a traer al mundo a una persona dependiente sin permitirnos preguntarnos si estábamos capacitadas para hacer frente a esa situación el resto de nuestra vida, sino que además pretendía que lo hiciésemos con las zancadillas que nos pone su propio Gobierno.

Afortunadamente, esta postura ultraconservadora chocó hasta con algunos miembros de su propio partido y eso le hizo replantearse su aplicación; pero no por ello piense que vamos a aceptar su contrarreforma, y me va a permitir que le explique por qué:

En primer lugar, el comité de Derechos  Humanos, el de la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, el de Derechos del Niño, el de Derechos Económicos, Sociales, y Culturales, entre otros, defienden la interrupción del embarazo como uno de los derechos sexuales y reproductivos.

Y mire usted, señor ministro, me va a permitir que le diga que en un país con un grave problema de desempleo, en el que probablemente tenga que trabajar por un salario mínimo, con un horario incompatible con las horas de atención que requiere un niño y bajo la amenaza de poder ser despedida en cualquier momento y desahuciada por no poder pagar una hipoteca; me plantee si deseo ser madre.

Además le diré que no me parece recomendable traer a un hijo al mundo en un hogar donde no es deseado, en una familia que no puede hacerse cargo de él o en un entorno inapropiado para su desarrollo.
Y entenderá que en cualquiera de estos casos, la decisión de interrumpir un embarazo es ya suficientemente difícil para una mujer, como para encima tener que soportar la demagogia de sus discursos criminalizantes.

Presupongo que ya sabrá usted que, entre otras cosas, esta ley dará lugar a que solo las mujeres con recursos económicos suficientes puedan permitirse abortar en otro país; o peor aún, que lo hagan de forma ilegal y precaria arriesgando su salud.


Pero aun así, usted continua defendiendo los intereses de la Conferencia Episcopal y claro… “con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”. Y es que no me entra en la cabeza como en pleno siglo XXI la decisión de ser madre se deja en manos de un Gobierno que además se guía por principios propios de la primitiva moral judeocristiana que tanto daño ha hecho a los derechos de la mujer.

martes, 25 de junio de 2013

Pensamientos desordenados.


Tengo diecinueve años, cambio de opinión seis veces al día y a veces ni siquiera soy capaz de aguantar la avalancha de pensamientos que me inundan la mente. Supongo que por eso escribo, para poder poner en orden mis propias convicciones.

Desde que nací he intentado adaptarme al mundo interiorizando sus roles y normas. Distinguiendo el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto, lo aceptable de lo inaceptable… pero hace poco me di cuenta de lo peligroso que resulta someterlo todo a las normas de la regularidad. Estamos acostumbrados a encasillarlo todo en cajones previamente establecidos, a dar pasos sobre huellas ya marcadas.

Actuamos intentando controlar todo lo que ocurre a nuestro alrededor, como si todo fuese estable cuando ni siquiera el mundo en el que vivimos lo es. No te bañarás dos veces en el mismo rio, decía nuestro amigo Heráclito, y así es. Todo está en continuo cambio y evolución, aunque nos esforcemos en establecer patrones de respuesta ante cada situación que se nos presente.



Desde hace tiempo mi única obsesión es hacer de mi misma una persona lo suficientemente grande como para aportar algo valioso al mundo. Y por ello he medido cada uno de los pasos que he dado, decidiendo a conciencia los caminos que debía tomar.

Sin embargo nunca tuve en cuenta aquellas decisiones que no tomamos por nosotros mismos, aquellas cosas que llegaron por sorpresa y nos partieron los esquemas, aquellos pasos que dimos en falso o aquellas caídas que nos hicieron darnos de bruces contra el suelo. Cuando me enfrentaba a algo así tenía la sensación de que eran piedras en el camino, obstáculos que me dificultaban las cosas y me impedían avanzar. Hasta que en una de esas te das cuenta de que el suelo también te da otra perspectiva de las cosas, lo que antes veías desde arriba ahora lo ves desde abajo y las cosas cambian. No son pasos en falso, son pasos equivocados que te enseñaron a entender que sencillamente ese no era el camino. Sin más.

He tenido el peso del fracaso en cada error que he cometido, sin pensar que cada uno de esos errores me ha enseñado más que las diez victorias anteriores. Y que, como alguien me dijo alguna vez, el éxito solo es una acumulación de fracasos.

Porque a veces nos encerramos en paraísos mentales, por el mero hecho de que son más fáciles de asumir, hasta el punto de que en algún momento acabamos tragando arena. Pero cada experiencia siempre guarda algo de valor, que interiorizado de una forma correcta nos puede ayudar a hacernos cada día más grandes. Porque un león ruge más fuerte herido…  y porque caernos al suelo nos puede permitir impulsarnos con más fuerza.


Y es que a veces es necesario perderse para poder encontrarse.

domingo, 5 de mayo de 2013

Los abuelos de la democracia.



La palabra Crisis es probablemente la más buscada en Google en los últimos años, y si no lo fuera podría manipular fácilmente alguna estadística para que así lo pensaseis. Al fin y al cabo nos lo hacen continuamente.
A mi parecer lo más preocupante de la situación actual no es la crisis en aspectos económicos, sino la crisis de identidad.

Durante decenas de años, nuestro país se ha ido librando de todos los sistemas represores que sometían a los ciudadanos y de esta forma nuestra sociedad ha ido evolucionando, liberando a las personas  y creando un Estado de Derecho que velaba por las necesidades humanas.
Sin embargo, aquel mes de julio de 1936 la barbarie se ponía sus botas de acero para pisar cualquier resquicio de progreso. Desde entonces el panorama español solo fue a peor, dando lugar a la mayor masacre que ha vivido nuestro país.

Años más tarde llegó la transición y con ella “los hijos de la democracia”.
Y ahí nos quedamos. En el año 75. Poniendo ocasionalmente parches a los grandes descosidos, pero permaneciendo anclados a aquel entonces, sin pararnos a pensar en que aquellos hijos de la democracia son ya nuestros padres.

Y aquí estamos nosotros, llamando democracia a un sistema que nos permite votar una vez cada cuatro años a unos grupos de representación ciudadana con unas listas preestablecidas que  se ampara en una Constitución de hace treintaicinco años, en el mejor de los casos.

Siendo testigos de cómo seis millones de personas están en paro, de cómo sacan a la fuerza a cientos de familias de sus casas porque no pueden pagar la hipoteca, de cómo nos recortan millones de euros en servicios de primera necesidad como la educación o la sanidad para rescatar a la Banca. De cómo la mano invisible de Adam Smith aprovecha la coyuntura económica y social para desproteger los derechos del trabajador; o de cómo nuestro presidente se esconde tras un cristal para dar ruedas de prensa en las que ni siquiera se aceptan las preguntas de los periodistas.

Ante esta situación  es completamente lógico que nuestro país atraviese esta crisis de identidad, cuando las propias personas que lo habitamos somos irrelevantes para cualquier tipo de decisión que nos concierne. ¿Qué es un país sin sus ciudadanos?


Por muchas nauseas que me provoquen las gaviotas del PP, no puedo señalarlas como causantes de la falta de humanidad que hoy dirige nuestras políticas. La situación actual es el resultado de un sistema obsoleto que no hace más que ocasionar problemas. El capitalismo tal y como lo conocemos es una maquinaria totalmente oxidada haciendo saltar chispas que ya prenden fuego a muchos de nuestros Derechos Humanos. Este sistema nos sirvió de gran ayuda y propició numerosos avances científicos y tecnológicos, pero a día de hoy está muerto.

Todo aquello en lo que creíamos se ha desmoronado, ocasionando una nube de polvo que no nos deja ver quien somos. Pero es por eso mismo por lo que considero que ha llegado el momento de hacer brotar algo nuevo, de dar un paso más en nuestra Historia y de dejar de ser los nietos de la democracia para convertirnos en los padres de una nueva revolución.





lunes, 22 de abril de 2013

Con olor a pólvora.




A lo largo de milenios, desde Grecia, la humanidad ha progresado técnicamente de una manera fabulosa, pero en cambio seguimos matándonos los unos a los otros en guerras y sin saber aprender a vivir tranquilamente juntos.

Así colmaba Sampedro el minuto 42 en la entrevista de Jordi Evole para Salvados, y yo en mi sofá asentía con la cabeza, como si quisiera agradecerle que soltara aquellas palabras que desde hacía tiempo me rondaban en la conciencia. Como si mis afirmaciones tuvieran más razón en boca de otra persona.


Abandonamos las cuevas, nos concentramos en grupos sociales, establecimos roles jerárquicos, desarrollamos planes de abastecimiento, diseñamos ciudades;  inventamos el comercio, complicados sistemas burocráticos, la democracia de representación política…

Hemos dado nombre a maravillas como la música, la literatura, la pintura, la escultura, la danza… hemos sido compañeros de genios que sacaban de su mente autenticas obras de arte de la talla de Mozart, Van Gogh, Da Vinci o  Cervantes.

Dimos cura a miles de enfermedades hasta alargar nuestra esperanza de vida a cien años, viajamos a la Luna, inventamos la bombilla, la imprenta, el microchip y hasta el puto acelerador de partículas.


El ser humano es el animal que más ha progresado a lo largo de la historia y sin embargo seguimos recurriendo a métodos prehistóricos para resolver nuestros conflictos. Y pero aun, ya que no es con piedras con lo que luchamos, sino bombas y tanques.

¿Cómo es posible que la misma especie que compuso El lago de los cisnes acabe con la vida de millones de personas por criterios económicos?

Desde el día en que aprendí a hablar, que por otro lado fue el más importante de mi vida, observo todo lo que me rodea con ojos de búho, preguntándome hasta el más mísero detalle de mi existencia. Y aun no encuentro lógica alguna a que nos sigamos matando los unos a los otros por petróleo, en lugar de invertir en energías renovables. 



¿Realmente posee nuestra especie tal desequilibrio mental? ¿o por el contrario es el Poder el que embriaga las conciencias hasta reducir el sentido de la moral a la altura del betún? ¿Estamos condenados a que nuestro instinto animal nos domine eternamente? ¿Es la ambición y la codicia como parte de nuestra naturaleza la que nos ciega? ¿o se trata de una más de las consecuencias de dirigir el mundo siguiendo el criterio de la rentabilidad económica?


miércoles, 20 de febrero de 2013

Despierta.



Hace demasiado tiempo que no escribo, será que mi inspiración está hibernando o tal vez solo algo aturdida. Desde luego no sería nada extraño pensar que así lo fuera, en los tiempos que corren lo raro  es estar despejado. Yo por mi parte resisto a esta nube de desencanto e intento seguir fiel a mi espíritu idealista, pero la realidad me golpea quitándome las ganas de creer en algo mejor.
Mi receta para los males que acechan al país eran más viables en mi cabeza que en su hipotética implantación en la sociedad.

Desde que tengo uso de reflexión, que por otro lado no es desde hace mucho, defiendo que la base de la que debemos partir es la educación. La educación es para mi el pilar más fuerte en el que debe sustentarse una sociedad, entendiéndola como un conjunto que alberga mucho más territorio que el meramente académico. La educación no son las matriculas de honor, ni los modales, ni saber resolver problemas matemáticos. La educación es la formación de las conciencias, lo único que puede liberarnos y consolidar una sociedad unida.

Entiendo que es absolutamente necesario que se impartan clases sobre historia, filosofía, literatura, arte, biología… necesitamos saber qué somos y de dónde venimos, sin embargo considero que todo eso se queda corto si no integramos otros factores. La educación tiene la obligación de formar personas cualificadas, con un espíritu de crítica capaz de enfrentarse a la realidad y tomar sus propias decisiones, y por el contrario tengo la sensación de que  tan solo nos preparan para ser un eslabón más de la cadena productiva.

Sin embargo se me escapaba otro pilar absolutamente determinante: la comunicación.

Los medios de comunicación contribuyen a legitimar el efecto de alienación de una forma más que evidente, ya que estos no reflejan la realidad, sino que la construyen.

El sistema mediático español está doblemente privatizado por el poder político y el poder comercial, provocando un empobrecimiento del propio sistema y la decadencia de la función informativa.  Para comprender cómo funciona en la actualidad debemos citar en primer lugar  la innegable carga negativa que la dictadura ejerció en el periodismo nacional, así como la fractura ideológica que se dio durante la posguerra dando lugar a una acusada división de ideales  y a un paralelismo político que continua hasta hoy.




El fuerte papel de los partidos políticos favorece el paralelismo citado, además de originar un periodismo sumamente polarizado en el que cada medio se alinea con una ideología.
Esto se observa fácilmente en la prensa escrita, en la que encontramos diversos enfoques de una misma noticia dependiendo del diario en el que aparezca.

Apoyándome en un análisis que realiza Díaz Nosty sobre el sistema de medios español, que sintetiza en  El déficit democrático, puedo afirmar  que el poder de los propietarios de los medios los hace propietarios también de la libertad de expresión.

La posición de poder de los propietarios interviene directamente en los contenidos de los medios, rigiéndose por el criterio de rentabilidad económica y por tanto guiándose por el nivel de audiencia. En este sentido, los contenidos están dirigidos al entretenimiento, dejando a un lado el interés por la actualidad.



Como si de un movimiento en cadena se tratase, este hecho desencadena un fenómeno mayor. Al crear una sociedad desinformada se constituye una opinión pública más manipulable y vulnerable a los intereses políticos.  Y aunque nos quieran dar a entender que ocurre al azar, lo cierto es que responde a una estrategia planificada.

En un mundo en el que la información es la única baza con la que cuenta el pueblo, la potestad de gestionarla desde las altas esferas es crucial para el desarrollo de la nación.





En este marco educativo ¿cómo podemos creer en un avance social, si la sociedad está cada vez más sometida al propio sistema y las únicas armas con las que cuenta el pueblo se ven apagadas con gases lacrimógenos y pelotas de goma?