miércoles, 30 de octubre de 2013

Pequeñas batallas.



El jueves pasado a las 6 de la tarde se convocó una manifestación por la educación en la plaza de la Constitución, y no fui. No fui ni yo ni ninguno de mis amigos. Y asusta.

Asusta porque fuera lo que fuese que estuviera haciendo no era más importante que luchar por mi futuro. Pero no fui.

Forme parte de esa gran mayoría silenciosa a la que tanto he criticado. Y no era propio de mi, ni de ninguno de nosotros.

Asusta pensar que están consiguiendo que la gente se canse, que nos resignemos a aceptar esta situación como una enfermedad crónica y aprendamos a vivir con ella en lugar de combatirla.
A través de las cortinas de humo que nos van lanzando y la anestesia que nos suministran con la comunicación de masas consiguen adormilarnos para darles tregua a los responsables del cáncer que está acabando con nuestros derechos en nombre de los intereses del libre mercado.


Desde niños nos enseñan a obedecer y a seguir unos cauces de adoctrinamiento para convertirnos en un eslabón de la cadena productiva. Nos obligan a tener idiomas, formación, habilidades, experiencia… y nos ofrecen un puesto de trabajo con un salario insuficiente y un horario explotador.


Se adueñan de nuestro tiempo, de nuestra atención y hasta de nuestras horas de sueño. Dedicamos nuestra vida al sistema y cuando este nos la ahoga nos cuesta hasta levantarnos a protestar. Y nos sobran motivos.


Nos sobran motivos porque la educación es la base de una sociedad, son los pilares sobre los que se construye una cultura y la estructura que sujeta a un país. Con una educación adecuada alcanzaríamos una conciencia de valores que nos ahorraría muchos de los problemas a los que nos enfrentamos hoy y nos permitiría, entre otras cosas, formar candidatos capaces de dirigir un país de una forma sana y competente.


Está demostrado que el posicionamiento crítico es la base del desarrollo y del avance social.
Y es muy probable que acudir a una manifestación no derogue una ley y que una voz al viento no cambie un sistema, pero hubo alguien que desde la India nos dijo que casi todo lo que hagamos en nuestra vida será insignificante, pero es muy importante que lo hagamos. Del mismo modo en el que el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York, según la teoría del caos todo cambio a pequeña escala determina el resultado a largo plazo.


Y quizás ninguno de nosotros vea cómo cae este sistema, pero al menos viviremos encontrándole un sentido a cada cosa que hacemos y buscando la motivación en cada rincón. Y quizás ninguno de nosotros vea cómo nace otro sistema, pero al menos moriremos sabiendo que libramos nuestras pequeñas batallas y que algo conseguimos cambiar.


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