lunes, 14 de julio de 2014

Si no aceptáis mis pecados, acataréis mis leyes.


Recuperando la temática del artículo De mujer a ministro, ha pasado ya casi un año desde que lo escribí, la ley no ha entrado en vigor aún, pero el anteproyecto sigue ahí.


Devolver a un país que tanto sufrió el nacionalcatolicismo una ley reaccionaria, con un 83% de la población en contra es como para que te tiemble el pulso.

Sabiendo que organizaciones de todo el mundo, incluidas agencias de la ONU,  han pedido que se frene esta ley y que las normas internacionales de derechos humanos reconocen que “el acceso a abortos legales y seguros es fundamental para el ejercicio efectivo de los derechos humanos de mujeres y jóvenes", no se cómo aun tienen la soberbia de mantener el anteproyecto ahí.


Bueno sí. Sí lo que lo se. Teniendo detrás a la industria de conciencias más grande que ha existido nunca, la Iglesia.

La Conferencia Episcopal se gastó el pasado año 150.000€ en la “Campaña por la Vida”. Como si de un producto más se tratase, y su objetivo fuera posicionarlo en la mente del consumidor. Aunque eso es precisamente lo que llevan haciendo durante años.

Siendo honesta conmigo misma tengo que admitir que más que rechazo, repugnancia o indignación, lo que le tengo a la religión es miedo. Pánico. Porque he visto cómo es capaz de llevarse por delante a poblaciones enteras.

La religión juega con lo más instintivo e irracional del ser humano, la fe. Y la Iglesia en nombre de la fe es capaz de hacer cualquier cosa. Y las personas de consentirlo.

La alienación que consigue con su falsa moral es capaz de destruir nuestros propios derechos. De imponernos la culpa, y de convertir nuestras libertades en pecados. Y óiganme, que me parece estupendo, que cada uno en su casa viva y sienta como quiera, pero a mi que no me toquen los ovarios.


Que usted señor Gallardón puede subirle la sotana a quien desee, pero a nosotras no nos venga con imposiciones medievales, ensuciando nuestra Declaración de Derechos Humanos con sus arcaicas creencias. ¿Cómo se atreve a cuestionar nuestra capacidad de decisión? ¿Nuestra responsabilidad y nuestra ética? 
Como si fuésemos estúpidas, inmaduras o peor aun, como si fuésemos crueles por naturaleza. ¿Acaso se cree usted en el derecho de decidir por nosotras en qué casos tenemos la obligación o no de ser madres? Haga el favor de guardarse el paternalismo en el bolsillo de la chaqueta y devuélvanos los veinte años de evolución de esta ley.

Y haga el favor también de dejar de señalarnos y de convertir en poco menos que asesinas a las mujeres que no se ven con la capacidad de sacar un hijo adelante, porque precisamente eso es salvar vidas. Pero no vidas en abstracto como ustedes juegan y filosofan con la palabra, sino vidas en concreto. Vidas de madres y padres que por cualquier circunstancia no tienen voluntad, capacidad o medios para mantener una vida ajena.

Y sabe usted igual que yo, que una mujer que desee abortar lo hará de igual manera y que lo único que va a conseguir es limitar el privilegio de un aborto sin riesgo a aquellos que puedan pagarlo y como consecuencia obligar a aquellas mujeres con escasos recursos a arriesgar su salud e incluso su vida.

Aparte la demagogia y sus medallas de salvador a un lado y cuéntele a Dios que ha hecho su gobierno para mejorar la vida de los que ya hemos nacido. Explíquele que han recortado ayudas de dependencia, educación y sanidad, que hay dos millones trescientos mil niños por debajo del umbral de la pobreza. Niños condenados a la exclusión social. Confiésese ante él y dígale a Dios honestamente qué vidas son las que está protegiendo.

Y después métase a cura o váyase al infierno pero no convierta sus pecados en delitos ni condene aún más a este país.




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