domingo, 15 de noviembre de 2015

Don´t Pray for Paris

“Ya hemos tenido suficiente religión” Decían ayer desde Charlie Hebdo y de ahí el título de este artículo.

No apoyo la religión, no apoyo la violencia y no apoyo la imposición cultural. Me duele profundamente ver la crisis de humanidad a la que asistimos cuando presenciamos actos de autentica barbarie en nombre de la fe, cuando sentimos miedo ante nuestros semejantes y cuando eso nos hace alimentar el odio hacia los demás.

Y sin desvalorizar el sufrimiento de las víctimas y las familias parisinas que sufrieron el horror recientemente hay algo que no podemos olvidar, que los países que más están sufriendo los ataques yihadistas con diferencia son Siria e Irak. En estos países han muerto centenares de millares de civiles y hay otros millones de ellos que están tratando de huir y de encontrar asilo en nuestras fronteras; son aquellos que englobamos en una masa impersonalizada bajo el nombre de refugiados y que ahora hay a quien incomoda y produce temor.


Desconocimiento y manipulación. Esos son los factores que crean la confusión existente entre el ISIS y el Islam. Y a menudo se pierde de vista que las principales víctimas del radicalismo islámico son los propios musulmanes, aquellos que no viven bajo los preceptos de la sharia, que son básicamente la mayoría de los países de Oriente Próximo entre los cuales Siria considera inconstitucionales.


Dicho esto doy por hecho que entienden a donde pretendo llegar. La islamofobia o, dicho de otra forma, el odio generalizado a todas las personas con creencias musulmanas, no es solamente injusta e inhumana, sino que además favorece la brecha existente entre oriente y occidente. Acusando más el sentimiento de rechazo e incomprensión de los países árabes y fomentando el crecimiento de sectores radicales y grupos violentos como el ISIS.

A esto cabe añadir que la principal fuente de financiación del Daesh procede de Arabia Saudí; país que además alimenta el odio desde la infancia de los suníes a los chiíes, quienes tienen interpretaciones diferentes de la sharia (código de conducta que regula los criterios de la moral y la vida). Y país al que casualmente España ofrece  el  15% de sus exportaciones de material militar.

Una vez entendido esto ¿qué responsabilidad tiene Occidente sobre el terrorismo islámico? Mucha. No solamente fuimos nosotros quienes diseñamos las fronteras de sus países y los obligamos a convivir sin tener en consideración sus diferencias, sino que a día de hoy nos seguimos beneficiando económicamente de su situación.

Con esto no quiero decir que la población civil de Francia sea la responsable de la terrible masacre producida hace dos días, ni mucho menos. Pero creo firmemente que la solución no se encuentra en responder con violencia, ni con odio, ni con un rechazo indiscriminado a toda la comunidad musulmana. La solución pasa por presionar a nuestros gobiernos para que cambien el enfoque.


Dejemos de financiar las armas, dejemos de dar asistencia militar y dejemos de comerciar con el petróleo que esté manchado de sangre. Solo así combatiremos el terrorismo sin entrar en su propio juego.





miércoles, 1 de julio de 2015

Democràcia Morta

El premiado documental sobre el 4F ha llegado a mi el mismo día que ha entrado el vigor la Ley Mordaza. Qué irónico. Qué curiosas son las casualidades. El hecho de estar en el sitio adecuado en el momento oportuno. O de no estarlo.

Patri y Alfredo no lo estaban. Ni Rodrigo, ni Alex, ni Juan. Ellos no estaban en el teatro ocupado durante la agresión del policía que resultó herido. ¿Y qué más da? Como si el Sistema no tuviese herramientas para legitimar una mentira hasta el final.

Cómo si los años de Dictadura y represión se hubiesen sanado con una buena rehabilitación. Como si en el día de hoy manifestarse o impedir un desahucio no fuese delito.

Esta violación efervescente de la democracia nos enseña algo más que lo devastadora que puede llegar a ser la condición humana. Ciutat Morta también nos enseña la importancia de los códigos. Las sutilezas de los códigos de comunicación que pueden llevarte a la muerte por tu forma de vestir, o por un corte de pelo desacertado.

El medio es el mensaje, cierto. En cambio la apariencia de imparcialidad del juzgado no fue tan importante. Como tampoco lo serán los abusos de poder policial que se verán impunes gracias a esta nueva ley.

Lo que le sucedió no forma parte del pasado, es nuestro presente más reciente. La hegemonía de un sistema que cambia vidas por mentiras, por la eficiencia de una perpetuación de alto rendimiento. Es la consecuencia de una mentira mayor, amparada en una Transición por la que ni siquiera pasó el poder judicial.


La violencia, el racismo y  la estigmatización fueron las piezas que nos hicieron perder la partida. Pero somos muchos en el tablero. Y no podemos dejarnos vencer, por Patricia, por ellos. Se lo debemos, nos lo debemos.

Decía Rodrigo en el documental que en el momento de mayor desamparo no se dejaba derrumbar gracias a la gente que hacía ruido allá fuera. Y es que eso es lo más grande que tenemos compañeros, la fuerza de la justicia compartida. De ello se nutren los grupos activistas, las plataformas y las comunidades de twitter. Y de ello se asustan los que aceleran procesos de desorganización ciudadana.

Cuando la tiranía es ley, la desobediencia es orden.  El suicidio de Patri no fue un hecho aislado, ni el 4F, ni la aprobación de la ley Mordaza; sino las consecuencias de un sistema atentando contra la condición humana.

Las reglas del juego nos las dieron sentadas, pero es nuestro turno y nos toca mover ficha. Se les acaba el tiempo. Tic,tac.









PD: Para los que aun no lo hayáis visto:  Ciutat Morta



martes, 26 de mayo de 2015

La hora del cambio.

Es tiempo de cambio. Las ciudades más cosmopolitas del país han actuado en estas municipales como puntas de lanza señalando el camino, y es responsabilidad de todos y de todas apostar en esa dirección.

Empezamos este proyecto sentados en el suelo, pegados a la tierra. Impulsados por lo que yo ubico en dos pilares: la ilusión y el miedo.

Fuimos nosotros, la juventud dormida, los irresponsables, los que no sabían, los que capitaneábamos el equipo de la ilusión.


Pero nos ganó el miedo. Y volvieron las oscuras golondrinas de Bécquer disfrazadas de gaviotas sedientas de poder.

Esa fue nuestra lección. Aprender que el miedo solo trae desesperanza, y que es una herramienta útil y peligrosa para quien sabe manejarla.

Parece ser que después de dejar nuestra tierra en manos de terratenientes de carácter ruín y lastimero, hemos aprendido que el miedo no es un buen compañero.


Hemos dado nuestro voto a favor del cambio, hemos apostado por la ilusión y hemos puesto nuestra confianza en los nuestros. En la gente de a pie, en los que no se ahogan con corbatas y  por fín, en las mujeres.

Los efectos de la movilización empezaron a verse en las Europeas con el subidón de Podemos, y he de añadir que aunque mi confianza en ellos está aún por definir, me llena de alegría cada una de sus victorias.

Debemos ser positivos, pero nunca ingenuos. Son muchos los que aun tienen miedo al cambio, lo vimos en las Andaluzas y lo hemos vuelto a ver en muchos municipios.  Los gordos caen, pero caen despacio.


Vamos haciendo contrapeso, vamos cediendo la balanza y echándole fuerza a este pulso. Pero no podemos relajarnos. Porque este país no puede permitirse que el miedo nos gane de nuevo.



lunes, 13 de abril de 2015

La gran mentira

Podría empezar este articulo diciendo que todos somos publicidad, en un intento de humanizar esta disciplina y haceros empatizar con ella. Podría decir que lo negamos. Que no queremos admitirlo. Pero que si abrimos las verjas que delimitan lo que entendemos con el concepto de publicidad y nos paramos a reflexionar sobre nosotros mismos, nos daremos cuenta de que todos somos publicidad.

Todos comunicamos. Cuando nos vestimos, cuando hablamos, cuando decidimos que fotos subir a Instagram. Creamos un producto, le ponemos un envoltorio bonito y lo vendemos. Nos vendemos. Vendemos una imagen y esperamos que los demás nos compren, al menos nuestro público objetivo, esas personas que queremos que nos acepten.

Negociamos nuestras conductas, negociamos las de los demás y nos compramos. Trapicheamos con amor, con cariño, con respeto, con admiración. Construimos nuestras relaciones en base a la transmisión de ideas que no son más que la imagen que las personas proyectamos las unas de las otras.

Somos branded content, generamos contenido y queremos que los demás disfruten de lo que podemos ofrecerles.

Y es cierto que una parte de mi piensa que si aceptamos que todo esto es un proceso natural, podemos entender la publicidad como una herramienta útil para comunicar y para construir una visión de la realidad acorde con lo que queremos construir de ella.

Sin embargo hay otra parte que me pregunta ¿dónde está la naturalidad? Si nos resignamos a vivir en un mundo planificado ¿dónde queda la espontaneidad?

Como estudiante de publicidad soy consciente de que todas las personas comunicamos, incluso cuando estamos en silencio; y que esa comunicación puede dirigirse para conseguir un efecto, ¿pero dónde queda lo auténtico?

En todos esos procesos de medición y diseño de la información perdemos la espontaneidad, la naturalidad y hasta la libertad.

Me gustaría ver a alguien en el congreso que me mirara con honestidad, una presentadora que
sonriera con sinceridad y una marca de maquillaje que me dijera “no me necesitas”. ¿Qué estúpido suena no?




Será porque odio las dedicatorias prediseñadas, la comida precocinada y las ideas preconcebidas. Será porque no me creo los documentales guionizados, ni los debates, ni las ruedas de prensa. O quizás porque me aburra una vida escrita de ante mano en la que seamos figurantes del Show de Truman.

Supongo que me cabrea la publicidad. Tal vez no soporte la forma en la que especula con emociones y vende humo a precio de oro e inseguridad. Puede que me reviente la manera en la que tapa el daño que hacen sus empresas con acciones de responsabilidad social, que en la mayoría de los casos son imposiciones legales que venden como actos de bondad.


¿Qué hago aquí? Me he preguntado miles de veces en mi aula de la facultad. Luchar. Entrar dentro del sistema y ponerme en su contra. Amar la comunicación locamente y defenderla como un acto en la que dos partes deciden conversar, sin manipulación, sin imposición, sin mentiras. Utilizándola como un altavoz para el cambio y como una herramienta para construir un mundo más justo.


Puede que en cierto modo los humanos necesitemos ser publicidad, aunque más bien opino que es la publicidad la que necesita hacerse más humana.